jueves, 28 de febrero de 2019

FRIO

FEBRERO

La llave emitió un sonido de vacío dentro del apartamento. Empujó la puerta y la cerró a su paso; el eco se prolongó entonces por el pasillo, hasta estrellarse en el gran comedor. Oyó sus propios pasos repicar en el brillante suelo, se dejó caer en el sofá. Un momento –pensó– sólo un momento
Miró a su alrededor, era un hermoso ático, siempre impecable y ordenado. Aquella noche se sentía abatida, un cansancio que iba más allá de los miembros y la mente. Apresó el mando, pulsó el interruptor: voces ajenas se expandieron entre las paredes. Fijó los cansados ojos en las imágenes en movimiento, dejando pasar el tiempo, sin más. 

El brillo en la mirada de aquellas gentes, captó de forma especial su atención. Enderezó la espalda, subió el volumen y atendió a las explicaciones del  matrimonio envejecido, de surcos en los rostros y gruesas lanas cubriendo las cuerpos. Luz, tenían luz en la mirada; hablaban de vacas, sus vacas y sus cuernos. Estaban enfadados con la costumbre de cortar y quemar la raíz de sus cuernos y en su lucha por hacer entender lo que aquellos apéndices significaban, ella vio toda la fuerza, el compromiso y amor que hacía años no veía a su alrededor. Se sintió esperanzada, todavía era joven, podía intentarlo, quitarse aquel desangelado frio del alma.
No apagó la televisión, dejó atrás el salón, cruzó el pasillo, cogió su bolsa de mano y salió a la amplia escalera del edificio que descendió con prisa. La calle estaba vacía y oscura. No le importó, ajustó su chaqueta y empezó a andar. No sabía cuanto tardaría, pero sí a donde conducía sus pasos: al norte, a aquel lugar de esperanza en el que las gentes luchaban por los cuernos de las vacas. Tal vez entre ellas dejaría de sentir tanto frio.