domingo, 31 de marzo de 2019

SALVAJES

Marzo

El notario les tendió una mano fría y lánguida. Pablo, como en un sueño, distinguió una forma vaporosa y negra a sus espaldas. Alas, se le escapó. Parpadeó para enfocar mejor la imagen, se concentró en el rostro macilento del notario y vio el extremo puntiagudo de su nariz apuntando hacia él; unos ojos  diminutos, negros y brillantes le miraban fijos. Notó en ese instante que la blanda mano del notario se afilaba, que los nudos de los dedos se estrechaban y las uñas se curvaban. 
Miró a su novia y las pecas sobre su rostro le trajeron el recuerdo de las tardes bajo el sol. Comprendió que estaban a tiempo, que podían salir de aquel despacho y volver a la frescura de sus risas, sin más. Temió el poder hipnótico del canto monótono del cuervo. Ellos olvidarían hasta la noche de los tiempos, que un día habían sido salvajes, que habían corrido desnudos con la promesa del cielo y las estrellas en la bóveda de sus noches.
El cuervo no desplegó las alas cuando saltaron por  la ventana.