domingo, 28 de abril de 2019

PEREZA

ABRIL

Pensaba en ello durante los días anteriores, para mentalizarse y facilitar el paso definitivo, pero se encontraba a gusto en pijama y zapatillas. Calzoncillos no, nunca llevaba, un trabajo menos. El problema principal era desabrochar los botones del pijama, tenía tentaciones de arrancarlos, pero se contenía.
Aquel domingo había despertado más perezoso que nunca. Hacía media hora que estaba sentado en su taburete, mirando la ducha y todos los elementos que le rodeaban. Los dedos gordos del pie apresaron al fin la mirada y quedó así, inerte, hasta que el frío empezó a entumecer los huesos. Oyó a los lejos  los pitidos del final del programa de lavado; en unos minutos podría ir a tender la ropa. Ese pensamiento le dejó agotado, pero pensó que se arrugaría, que sería difícil evitar el planchado si no espabilaba.
Abandonó el baño con cierto alivio, arrastró los pies hasta el lavadero y vació el tambor en un gran barreño, procurando esponjar la ropa para evitar más marcas de arrugas. Le envolvió el cálido vapor aromatizado de lavanda que nubló aun más sus ideas. Sonrió complacido ante la agradable sensación. Detuvo todos sus movimientos y ajustó la repentina idea. Parecía sencillo, el tambor era grande, él muy delgado y pequeño. 
Programó un lavado de ropa delicada y retardó diez minutos el inicio. Tuvo la precaución de poner jabón para bebés y en el cajetín del suavizante un poco de colonia. Se desnudó en medio de un gran bostezo y entró con cuidado: primero la cabeza, después los brazos para ayudar al resto del cuerpo, por último los pies. Ajustó la puerta de un golpe, se abrazó a las rodillas, cerró los ojos y pensó que quizás con el calorcito del agua, podría echarse un sueñecito.
Así consiguió el descanso eterno.