domingo, 25 de agosto de 2019

LA ILUSTRADORA

Agosto

De niña descubrió la gran habilidad que se escondía entre sus dedos y en los ojos con los que miraba el mundo. Necesitaba pintar los paisajes que un día habían existido, dejar registro de lo que había sido aquel planeta con la esperanza de que algún día sirviera de modelo para su reconstrucción. 
A su alrededor el asfalto era cada vez más gris, los verdes más mortecinos y sucios, el aire contaminado no dejaba ver el horizonte. Amante de las voces suaves, las conversaciones pausadas y las manos tendidas, sufría por el griterío que recorría las calles y empezó a salir poco. Para respirar tan solo necesitaba su bloc y los colores. Llenaba páginas con cielos azules sobre mares turquesas, campos verdes entre ríos y bosques salvajes, acantilados, flores, lianas, animales, aire limpio.
Se acostumbró a enviar sus ilustraciones por mensajería, se hacía llevar la comida, dejaba la ropa sucia en la entrada y se la devolvían limpia. Con el paso de los años su nombre se transformó en leyenda, se decía que no existía, que era un montaje publicitario para vender sus lienzos de paraísos perdidos.
Un día el mensajero dejó de recibir encargos de recogida, nadie sacó más ropa sucia, ni retiró la última entrega de la lavandería. La correspondencia se fue acumulando en el buzón y cuando ya caían los sobres por el suelo, un grupo de niños y niñas se decidieron a desvelar el misterio. Se acercaron sigilosos hasta el porche de la vieja casa, el más pequeño se atrevió a llamar. La puerta se abrió sola. Un fuerte aroma a bosque, hierba y flores salió del interior, oyeron el susurro del viento y el canto de los pájaros. 
Dieron unos pasos tímidos primero, pero la atracción del lugar les hizo olvidar las normas y caminaron hasta el descanso de la escalera de caracol que ascendía girando alrededor de un gran árbol. Elevaron la mirada, la pasearon por techos y paredes y quedaron durante largo rato mudos contemplando la obra de toda una vida. La vegetación se había escapado de los grandes lienzos, los pájaros volaban sobre sus cabezas, oyeron excitados gritos de monos y el discurrir de un río. Los niños se apretaron entre ellos, pero la belleza del lugar les fue serenando y decidieron buscar a la venerada ilustradora. 
Nadie les creería, pero ellos no olvidarían jamás su sombra acomodada en la gran rama de un árbol. El niño más pequeño la llamó y un suave viento agitó las ramas para despedirse

                                                                                               Dedicado a:  El Amazonas