domingo, 27 de octubre de 2019

NADA

Octubre



El estruendo la despertó en medio de la noche. Todavía entumecida por los golpes apartó con dificultad el cuerpo desnudo, caliente y pesado de él. Parpadeó inquieta, trató de centrar sus ideas y apartar las últimas, asfixiantes, reales y dolorosas, como siempre. Frotó los ojos, las mejillas, el cuello. Más abajo estarían los moratones, los dedos de él marcados en su piel. 
            Algo se estrelló contra la ventana. Agudizó los oídos. Agua, era sonido de aguas sin control. Un relámpago iluminó la habitación, casi al unísono pareció explotar el cielo, los cristales vibraron. Se sentó de un golpe con el corazón enloquecido. Saltó de la cama y notó el agua en sus pies. Gritó, le llamó a él para que despertara, a pesar de no querer hacerlo. Oyó su voz pastosa por el alcohol y el sueño y una especie de rugido. Lo pensó apenas un instante, le miró una vez más, entre la penumbra de la habitación. Miró el reloj, las tres de la madrugada. 
En la calle los golpes se multiplicaron, tenían la tormenta sobre sus cabezas, el cielo parecía abrirse en canal. El aire aullaba entre las ranuras de la vieja casa rural que él había alquilado para la celebración de su décimo aniversario. Ella había mirado silenciosa la imagen de la casa en la pantalla del ordenador, le había aterrorizado pensar en un fin de semana los dos solos, pero más le aterrorizaba negarle nada, conocía las consecuencias. 
Un nuevo estallido la sacó de sus cavilaciones, miró el suelo, el agua estaba subiendo, casi llegaba a sus rodillas. Los bajos de las sábanas flotaban, sucias. Miró hacia la ventada, donde los golpes eran continuos y un líquido marrón se filtraba por las ranuras. Decidió que su vida no merecía acabar en un barrizal, que ella tenía derecho a la luz, a la risa, a la vida. 
Decidió resistir.
Le costó abrir la puerta, el pasillo era un rio sucio y violento. Estallaron los cristales de una ventana y el agua cogió la virulencia de los rápidos de las montañas. Entraron ramas que pudo esquivar, papeles, zapatos, latas de refrescos,  bolsas, libros, una maraña de objetos envilecidos y despojados de su esencia. Comprendió que el rio se había desbordado, que las calles eran ahora su territorio y que la furia de la naturaleza arrastraba todo lo que encontraba a su paso. 
Lo recordó a él, borracho, desnudo, caliente, falsamente manso, con su crueldad adormecida, su violencia adormecida, su capacidad manipuladora adormecida. Lo recordó estirado sobre la cama con la respiración pesada. Odio, rencor y repugnancia, no sintió nada más, no logró que aflorara la compasión. Se dijo que el agua lo purificaba todo, que al final de torrentes y ríos se abría el mar, azul, inmenso y generoso. 
No cogió nada, solo ella y su libertad; dejarlo todo atrás para empezar de nuevo, si lograba escapar, lejos, con una nueva identidad.
            Avanzó con dificultad hasta el sofá que ya había perdido pie. Se puso los tejanos y cogió la chaqueta más gruesa que encontró para proteger su cuerpo. Ató sus cabellos en un fuerte moño en la nuca, se cubrió la cabeza con un pañuelo, se desprendió del anillo, el colgante, los pendientes. Un fuerte golpe la alertó de que el agua había abierto la puerta de la entrada, se cogió con fuerza a una columna para aguantar el primer embiste y un instante antes de dejarse ir, se prometió que viviría para recordar la noche de la furia en que fue liberada. 
Alcanzó la salida y avanzó buscando los puntos más altos. Se golpeó la espalda, apretó los dientes al sentir el desgarro de su piel en la pantorrilla y se apartó a tiempo para no ser golpeada por uno de los bancos de la plaza, que se perdió calle abajo. En el último momento, cuando las fuerzas amenazaban con abandonarla, se sujetó a la baranda de la calle de la Procesión, la que conducía a la vieja iglesia del pueblo, arriba, en el casco antiguo. 
Desde la distancia, no quiso leer las noticias del desastre, la cuantificación de los daños, el número de víctimas, su búsqueda, los funerales, la reconstrucción. 
Estaba demasiado ocupada reconstruyéndose a si misma.

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