martes, 31 de diciembre de 2019

EL LEGADO

DICIEMBRE

La gran masa se fue dispersando, algunos con ganas de más ruido, otros, agotados y decepcionados, arrastrando sus pies. Una nueva ocasión perdida, los peores pronósticos se habían cumplido. A sus espaldas el murmullo ensordecedor fue bajando los decibelios, el calor humano se esponjó, dejando huecos por los que un frío glacial, de desesperanza, fue filtrándose por la piel de  los más resistentes, los que estaban dispuestos a llegar hasta el final. Se miraban entre ellos, como si esperasen que alguien sacara una varita mágica de la mochila y estrellitas brillantes del bolsillo. Ella sintió una punzada y levantó la mirada, el cielo estaba apagado. En sus montañas las estrellas estarían cubriendo de luciérnagas el cielo, la noche era una buena ocasión para estirarse y contemplar aquel espacio infinito vestido de gala para la madre tierra. 
Se sentó en la escalera, el grupo la fue imitando. Estaban silenciosos, se abrazaban a las mochilas, las pancartas estaban tendidas en el suelo. Las pintadas en las mejillas se desdibujaban, los párpados velaban el brillo de las miradas. 
Los grandes mandatarios habían abandonado las instalaciones del teatro de las mentiras y ella sentía que si se levantaban y alejaban del lugar, dejarían  sellado el amargo fracaso tras sus pasos
Tal vez había llegado el momento.
La imagen de su abuelo inundó su memoria: su barba blanca, su mirada serena, el resplandor del fuego sobre la piel gastada y noble. Ella era pequeña todavía, estaba sentada sobre un tronco. Lo que más adoraba del día era aquel tiempo de tertulia al amor del fuego. Su abuelo era un hombre sabio y generoso, le había regalado la riqueza de su experiencia. Aquel día, el último del año 2010, la había mirado con una intensidad que le indicó que algo importante iba a decirle. El abuelo se había levantado, había arrastrado sus gastados pies hasta la chimenea y había abierto una vieja cajita de madera de pino; sus manos deformes habían cogido algo de su interior.
A nosotros no nos ha hecho falta, pero creo que pronto vas a necesitarla había abierto las manos para ofrecerle una bola de cristal con vapores y brillos verdes y azules en su interior−. Te conducirá a un nuevo mundo, limpio y puro. Asegúrate de no llevar al mal a tus espaldas.
−No te entiendo abuelo –le había dicho.
−Eres una escogida, cuando llegue el momento, lo entenderás.
La bola siempre la había acompañado y sentía al acariciarla, que su abuelo estaba con ella, guiando sus pasos, velando por sus sueños.
Miró a su alrededor una vez más, quiso asegurarse de que quienes la rodeaban eran seres limpios, de corazones generosos, implicados de verdad en aquella causa. 
Le pareció que sí.
Volvió a entornar los ojos, encerró entre sus manos la bola y se concentró en su respiración, en el aire que llenaba sus pulmones, en el oxígeno que inundaba su cerebro. Dejó de sentir el asfalto y el aire contaminado; sólo la hierba bajo sus pies, los árboles a su alrededor, los animales, las nubes, el sol, la luna.
Se formó una niebla espesa cargada de brillos estelares, un aire poderoso silbó entre las calles y formó una espiral a su alrededor. Cuando todo acabó, la calle había quedado desierta, más oscura que de costumbre, más triste sin sus jóvenes soñadores. Sólo había quedado, junto a una rejilla de desagüe, una cámara fotográfica. Era de uno de los periodista que cubría las manifestaciones. 
También había desaparecido.