domingo, 9 de diciembre de 2018

MIRADAS

8º Domingo

Le gustaba el efecto del maquillaje en sus ojos, le daba un aire sofisticado, seductor. Ensayaba miradas frente el espejo y perfeccionaba un poco más la línea, un toque de polvos, un poco más de carmín. Durante  la jornada despertaría la atracción masculina, la admiración femenina. Un poco más, pensaba ansiosa y alargaba unos milímetros el rabillo para potenciar más la forma almendrada de sus ojos. Pero siempre quería más, aplicaba una nueva capa  de rímel y empolvaba los párpados con violetas nacarados, para agitarlos en el cruce de miradas. 
            Un día se cansó de aquella operación, debía estar toda la jornada pendiente de los desastres que ocasionaba el paso de las horas. Abrió su portátil y buscó un cirujano para ojos gatunos y labios carnosos. Lo encontró ya entrada la media noche, era una web de tonos dorados y plateados, con letras rojas muy brillantes. Los ojos que ilustraban aquella portada eran justo lo que ella deseaba y aquellos labios eran realmente increíbles, la perfección de la forma y la línea, el rojo justo, el volumen sensual y elegante que deseaba por encima de todas las cosas. No lo dudó, con el corazón enloquecido y la emoción en la boca del estómago rellenó el formulario de petición de cita y realizó el pago de reserva.
            En la entrevista con el atractivo cirujano, le explicó que deseaba, por encima de todo, despertar las miradas de cualquier mortal que se cruzara en su camino. El cirujano  sonrió y le prometió que sus deseos iban a hacerse realidad. No la engañó. Un mes más tarde, contempló el reflejo de su nueva mirada, el rabillo de sus ojos se proyectaba hasta la sien. Sonrió satisfecha, ningún maquillaje habría conseguido ese efecto. 
Comprobó durante sus primeros paseos experimentales que nadie quedaba impasible, todas las cabezas se giraban a su paso. Al agitar las extendidas pestañas, levantaba pequeños tornados de expectación en las calles por las que circulaba y se sintió poderosa, realmente poderosa. Hasta que, con la gran panorámica que ofrecía su rasgada mirada, vio los gestos sarcásticos, las risas, los murmullos. 
            Escogió entonces la felicidad de su propia admiración, no les necesitaba para nada si tenía un espejo cerca. Cerró la puerta al mundo y se dedicó a su propia seducción. 

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