9º Domingo
Se jugaba el futuro, el trabajo que siempre había soñado, un sueldo elevado, buen ambiente, unas excelentes instalaciones y un buen retiro. Todo era perfecto, todo menos aquel horrible examen que tenía que pasar con la mejor nota. Una única plaza para un gran número de candidatos y todos le parecían mejor preparados que él, más elegantes, más guapos. Estaba convencido, no tenía la más mínima oportunidad.
Y fue en aquel momento, que recordó a su abuelo, sentado en la mesa de la cocina remojando galletas en la leche.
–Deberás comer muchos libros si quieres ser algo en la vida.
Aquella misma tarde, al llegar a casa, se encerró en la cocina con el temario del que se examinaba al día siguiente. Cogió su mejor cuchillo, la madera de cortar carne y una buena tijera para las partes más difíciles. Cuando tuvo el grueso volumen bien troceado en la cazuela, lo cubrió con agua y encendió el fuego. Añadió después una pizca de sal, un poco de pimienta, un chorrito de aceite y esperó a que los fragmentos de papel estuvieran a punto.
Aquella noche tuvo una digestión pesada y durmió un sueño repleto de fórmulas, datos y esquemas.
Estaba preparado.
Pero no fue el que obtuvo la mejor nota. Extrañado, se dirigió al seleccionado y le preguntó cómo había logrado superarle,
–Yo me comí el libro crudo.
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