domingo, 4 de noviembre de 2018

TAPAS

3er. Domingo


Estaba tan nervioso que le temblaban las manos. Aquello no era lo suyo, la cocina era un lugar inhóspito que se comía las horas de su jornada. No entendía aquella moda que elevaba la gastronomía al limbo de las actividades sofisticadas y divertidas. Alguien había pensado que era una gran idea  y sin duda lo era, pero no para él, torpe entre los cacharros de la cocina, ansioso entre fogones. 
Se había levantado temprano. Se lo tomaría con calma, tenía todo el día por delante. Habían fijado las nueve de la noche como hora de quedada. Irían casa por casa, degustando las tapas que cada miembro del grupo habría preparado. Raciones pequeñas, eran muchos, tenían que llegar hasta el final.
Había comprado platos especiales para el evento, flores, un licor oscuro, espeso y dulce que le habían aconsejado para su sopa de frutos rojos. Había escogido una receta sencilla, así reducía las posibilidades de fracaso. 
A primera hora de la tarde, había dispuesto ya todos los ingredientes y utensilios. Un gran cuchillo para cortar en láminas las frutas del bosque, la batidora para triturarlos, un colador para el caldo rojo que debía llenar los platos. A pesar de sus previsiones, no pudo evitar el temblor de sus manos, sudaba y murmuraba consejos para si mismo. Cuando ya tenía todas las frutas colocadas en el centro de los platos, preparó el cucharón para verter con cuidado el caldo. 
La vio en ese momento, justo cuando la gota de sangre salía de la herida y caía en el pote donde brillaba el zumo rojo de las frambuesas y arándanos y también, desde aquel instante, de su sangre. Parpadeó, miró el reloj y comprobó que no tenía tiempo para preparar un nuevo caldo, así es que lo mezcló bien y decidió que nadie iba a notar nada. Era una gota, sólo eso.
A partir de aquel día, todos los integrantes de la fiesta, empezaron a tartamudear, las manos les temblaban inseguras y sus rostros enrojecían con facilidad por súbitos ataques de timidez.

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