lunes, 4 de mayo de 2015

MARTES, 10 h.


page1image920
         Nerea le había hablado con una vocecilla apagada, lejos de su habitual timbre cantarín. Pareció dudar antes de mover un dedo, luego adivinó que había tomado la agenda y oyó el suave murmullo del arco que dibujan las hojas en el aire. Al fin debió encontrar la página del martes.
          -  Sí... Casi susurró, como si le costara hablar y respirar a un tiempo - ¿Puedes... podrías a las
             diez?
          -  ¿Te encuentras bien?
          Pareció pasar una eternidad, pero al fin se oyó la lenta expulsión del aire.
          - Sí, sólo cansada. No he podido dormir esta noche.
        Decidió tomar la respuesta por buena, al fin y al cabo, no debía meterse en asuntos ajenos y   Nerea parecía tener prisa por cortar la comunicación.


         El martes, a las diez menos cinco minutos, fiel a su puntualidad, entró por la puerta del salón de estética. La campanilla sonó alegremente en medio del denso silencio. Le sorprendió la ausencia de música, algo habitual en el centro, pero antes de que pudiera abrir la boca, una Nerea de suave andar, mirada cristalizada y sonrisa ausente, apareció por el fondo de la sala. Trató de responder a su extraño saludo, pero algo la incomodó. ¿Qué era aquel extraño olor y que le sucedía a Nerea? No logró articular palabra, prisionera de un repentino ataque de timidez. La misteriosa joven le indicó con un suave movimiento que entrara en la sala destinada a las depilaciones y ella, simplemente obedeció, a pesar del contradictorio mensaje que su cerebro trataba de dar a sus miembros inferiores. Deseó pedirle un vaso de agua para aclarar su boca, pero el desagradable olor se le había pegado a la nariz, revolviendo su estómago. En lugar de eso, empezó a desnudarse, primero la falda, luego las medias, el tanga y prosiguió sin saber muy bien porqué, quitándose el jersey y el sujetador. Luego, despojada de su propia voluntad, se estiró en la camilla y cerró los ojos, presa del soporífero estado en que se encontraba.
        Nerea se movía con suavidad. Notó su cercanía y el pastoso calor que se extendía por las piernas, la cadera, el pubis, el vientre... Intentó hablar, decirle que únicamente deseaba que le depilara las piernas, pero su incapacidad para reaccionar no sólo persistió, sino que se fortaleció, como si su condición se hubiera reducido a la de las figuras de cera. Recordó entonces una película sin nombre, en la que, moldes humanos quedaban para la eternidad encerrados en su propia reproducción. El terror aceleró su ritmo cardíaco, sintió vértigo, deseó salir corriendo, pero sus miembros siguieron inmóviles, absolutamente entumecidos por una fuerza misteriosa.
         La masa espesa y cálida cubrió la cintura, el pecho, el cuello... Abrió entonces la boca para tratar de articular un simple NO, pero la cera entró mezclándose con la saliva, entrando en la garganta, abrasante, trató de respirar, pero el aire no llegó a sus pulmones. La poderosa fuerza del pánico y el dolor le hizo abrir los ojos para tratar de ver a aquella Nerea que apestaba cada vez más. Se encontró con un extraño ser sin ojos, las cuencas vacías, la boca sellada, piel acartonada, cabellos quemados, quebradizos. Un siseo salió de sus labios y justo un segundo antes de que una lengua viscosa se pegara a sus ojos, vio la silueta de la autentica Nerea, encerada y sin vida, adherida al suelo...
          Muñecas de cera hasta el fin de los días.


                                                                                                     Cristina Tironi Maté

No hay comentarios:

Publicar un comentario