lunes, 26 de octubre de 2015

LOS DIARIOS DE MARUCA


En fin, mi Maruca, perfectamente documentada, está viajando por las editoriales infantiles de nuestro país, va con la sonrisa por delante y toda su inocencia de niña de "casi 10 años". Yo, más realista, no espero con el corazón encogido por la espectativa de una respuesta positiva, aunque sí con la gran satisfacción de estar ofreciendo un trabajo en el que creo profundamente, distinto, especial, mágico, que tal vez no encaja en las modas imperantes, sin que eso me importe. Soy consciente de que que "Los Diarios de Maruca" quizás no salgan nunca si no los costeo yo, difícil, hablamos de 7 libros ilustrados que deben salir con sus mejores galas.
Si algo he perdido durante estos años de batalla, ha sido la inocencia, ya no creo en las editoriales como la gran panacea para el escritor, el sistema es injusto, los mercados duros y yo tengo la fea costumbre de comer. Pero mi Maruca no tiene porque saberlo, ella es una niña vital, activa, dispuesta a volar y yo haré todo lo posible para que lo consiga, preparo sus maletas cruzando los dedos y mientras, sueño con su presentación en sociedad.
COLECCIÓN "Los diarios de Maruca"
Diario nº 3 "La Calle del Duende"
Ilustración: Cristina Tironi Maté
Todos los derechos reservados

jueves, 4 de junio de 2015

EL VUELO DEL PENTAGRAMA

Las notas del Nocturno Nº 20 de Chopin, llegaron a sus oídos, lentas, suaves, sin previo aviso. La anciana miraba el paisaje desde la ventana y  sintió un encogimiento en el corazón,  la música se filtró por cada poro, conmocionando cada rincón de su ser. Lágrimas de emoción brotaron de los cansados ojos,  gravados de vida, nostalgia y cansancio. Entornó los finos párpados y suspiró, pensando que tal vez, ese podría ser un día para vivir en otro lugar, en otro instante, en un espacio limpio, amable, lleno de magia, sensibilidad, dulzura. Abrió los ojos, agitada por la emoción de percibir alguna transformación, pero el paisaje no había cambiado, sólo las lágrimas velaban su luz. Se sintió flotar, elevada por una fuerza superior, hecha de hebras de azúcar, vapores de sueños, luces de risa. De repente saltó la idea, como una chispa traviesa que la hizo reír y sus doloridas piernas, gravadas por el paso de tantos años, se elevaron con sorprendente agilidad y saltó, sintiendo que los pentagramas ondeaban bajo su cuerpo, llevándola lejos, muy lejos, donde ella deseaba ir. Su corazón se encogió al sentir la altura, pero la anciana ya no tenía miedo, sólo deseaba habitar el lugar del que parten las verdades, la esencia de lo importante, hadas, duendes, seres de amor y generosidad. La música envolviéndola, esponjando sus cabellos, acariciando su piel sedienta de cariño, alcanzando su corazón herido, porque los suyos la habían olvidado, hacía ya mucho tiempo, entre las paredes de aquel retiro no escogido. Poco a poco, se fue evaporando la pena por las palabras no oídas, por los besos no recibidos, por la ausencia de caricias, dolientes de tanto esperarlas. Ya nada importaba, abandonaba aquel lugar hecho de cemento y frío hierro, hecho de hielo y ausencias, para sumergirse en su soñado paraíso perdido, donde la música velaría su sueño, donde ya nunca se sentiría olvidada por el mundo al que un día perteneció.

                                                       
Fotografía: Cristina Tironi Maté
                                                                                      
           
                                                                                                    Cristina Tironi Maté

viernes, 29 de mayo de 2015

LOS "GRANDES" OPINAN (1)

CAMILO JOSÉ CELA

ÚLTIMA RECAPITULACIÓN DE "LA COLMENA"

Fragmento

Palma de Mallorca, 2 de junio de 1963


...
El escritor también puede ahogarse en la vida misma: en la violencia, en el vicio, en la acción. Lo único que al escritor no le está permitido es sonreír, presentarse a los concursos literarios, pedir dinero a las fundaciones y quedarse, entre Pinto y Valdemoro, mitad de camino. Si el escritor no se siente capaz de dejarse morir de hambre, debe cambiar de oficio. La verdad del escritor no coincide con la verdad de quienes reparten el oro. No quiere decirse que el oro sea menos verdad que la palabra, y sí, tan sólo, que la palabra de la verdad no se escribe con oro, sino con sangre (o con mierda de moribundo, o con leche de mujer, o con lágrimas).
La ley del escritor no tiene más que dos mandamientos: escribir y esperar. El cómplice del escritor es el tiempo. Y el tiempo es el implacable gorgojo que corroe y hunde la sociedad que atenaza al escritor. Nada importa nada, fuera de la verdad de cada cual. Y todavía menos que nada, debe importar la máscara de la verdad (aun la máscara de la verdad de cada cual).
...

martes, 26 de mayo de 2015

CRÍTICA LITERARIA (2)

Un Verano tenebroso, de Dan Simmons:

Lástima, la cosa iba bien, una novela de terror bien escrita, con personajes auténticos y vidas con una atmósfera tan real que casi olvidé el género al que pertenecía la novela. Un grupo de niños en las vacaciones estivales después del último día de curso, en el que algo ocurre. Atrapada desde las primeras páginas, un total de 600, densas, tal vez en exceso descriptivas y de letra pequeña, leídas en quince días, incapaz de dejar el libro en el que me sumergí sin remedio, hasta las últimas cien o ciento cincuenta, en las que a Dan Simmons le sale la vena Americana en el peor de los sentidos. ¡Cuánto he sentido el absurdo final! Sin más sentido que la de brindar al cine americano una de sus muchas escenas de efectos especiales, sin guión, sólo persecuciones y héroes fantásticos en la piel de niños de once años. Sí, una verdadera lástima.



MI TRABAJO


LOS DIARIOS DE MARUCA


¿En qué más estoy trabajando? Hace ya unos cuantos años surgió una idea que algunos conocéis, la historia de una niña a la que la vida le da un giro inesperado. De ésta semilla ha brotado una colección de siete libros, siete historias independientes con un hilo conductor que se va resolviendo poco a poco y que se cierra con el último libro de los "Diarios de Maruca". Un trabajo intenso, que ha crecido y se ha enriquecido en estos años de creación, revisión y corrección. Uno de los retos más difíciles para mí, ha sido darle forma con sus ilustraciones, que me disculpen los brillantes ilustradores que enriquecen los libros infantiles y juveniles, pero de los grandes retos surgen grandes avances. ¡Cuánto me ha enseñado esta entrañable niña! En breve la colección estará lista para luchar en el difícil mundo de las editoriales, mi Maruca llamará a sus puertas sin desfallecer, como yo pico piedra cada día, ese es el camino. Maruca saldrá a la luz, estoy segura y yo la dejaré volar para sumergirme en nuevas historias, nuevos mundos paralelos que me llaman insistentes y a los que debo prestarles ya mi tiempo. 
¿Qué tiene que ver en todo esto "Una misteriosa herència"? Mucho, porque Maruca tiene tanta fuerza que ha tomado otra forma para sumergirse en las sombras de un teatro, se ha fundido en otro personaje, entre bambalinas han aparecido otros compañeros de viaje y han dado forma a esta pequeña obra de teatro en un acto, escrita en catalán, gracias Gil, y que aguarda a que los focos la alumbren y el público la vea. 
Gracias Maruca, por todo lo que me has aportado.


Ilustración: Cristina Tironi Maté
Todos los  derechos reservados

COLECCIÓN "Los diarios de Maruca"
Diario nº 7 "La Calle del Duende"
Ilustración: Cristina Tironi Maté
Todos los derechos reservados

lunes, 18 de mayo de 2015

GRANDES REFERENTES (2)

REFLEXIÓN DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
El arte de contar cuentos.
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Tuve que vivir veinte años y escribir cuatro libros de aprendizaje para descubrir que la solución estaba en los orígenes mismos del problema: había que contar el cuento simplemente, como lo contaban los abuelos. Es decir, en un tono impertérrito, con una serenidad a toda prueba que no se alteraba aunque se les estuviera cayendo el mundo encima, y sin poner en duda en ningún momento, lo que estaban contando, así fuera lo más frívolo o lo más truculento, como si hubieran sabido aquellos viejos, que en literatura no hay nada más convincente que la propia convicción.

viernes, 15 de mayo de 2015

miércoles, 13 de mayo de 2015

CRÍTICA LITERARIA (1)

¿MUNDOS FICTICIOS?
Cuando una novela respira verdad.

El FRUTO DEL BAOBAD
Maite Carranza
Espasa Libros

Ha sido un maratón de lectura, propiciado por la urgencia de acudir a la tertulia literaria  con Maite Carranza, con los deberes hechos. Tres días de lectura intensa, tres días respirando con pulmones ajenos, mirando con nuevos ojos, sintiendo con corazones lejanos, pero tan cercanos que han entrado en mí. Maite Carranza nos lleva de la pluma a un mundo desconocido pero real y cercano. Nos regala su talento, su compromiso y un trabajo delicado, mágico y profundamente humano, para hablarnos de un tema todavía tabú, la ablación femenina. Lo hace sin recrearse en aspectos morbosos, contraponiendo dos mundos sin enfrentarlos, sin discursos aleccionantes, con mirada generosa y certera. El personaje perteneciente a nuestra cultura, Lola, la nueva pediatra del CAP de los suburbios de Mataró, ha sido sin duda el que menos se ha instalado bajo mi piel. Sin embargo, Aminata, el personaje más mágico,  conmueve por el difícil papel que le ha tocado en la vida, hija de Rama, mujer rechazada por su pueblo, madre de cuatro hijos, Bita, Lamín, Fatou y Ousman, casada por dictado familiar, con Abdoulieu Marong. Residen en Mataró, donde Aminata, mandinga, analfabeta pero inteligente, sumisa pero rebelde, nada entre dos aguas, las de las tradiciones ancestrales, fuertemente arraigadas en su interior y las de la nueva cultura que la ha acogido, la que sus hijos han abrazado y con la que debe reprender a respirar. Sus creencias hondamente asentadas, se tambalean cuando la realidad del día a día, le va demostrando que tal vez, todo aquello que le contaron y que ha determinado su vida, no sea del todo cierto. Bita, la hija adolescente, será el detonante de un conflicto que se expande y desarrolla ante nuestros ojos, que no pueden dejar de devorar páginas, acompañando a todos estos seres humanos, tan de carne y hueso que al cerrar el libro siguen a nuestro lado, con sus difíciles vidas, sus íntimos conflictos, con el desgarro del desarraigo y la esperanza de un nuevo mundo que les acoge, pero en el que deben esforzarse por entrar. Bita, muchacha de catorce años, de gran inteligencia y fuerte carácter, vivirá su adolescencia sumando a la dificultad de los nuevos tiempos, el gran peso que lleva sobre sus espaldas. La pequeña Fatou, nos ofrece escenas de ternura y de angustia y Lamín, el “negociante” de la familia, nos guarda sorpresas para un final realista y brillante.
Muy curioso el punto de vista del doctor N’Damb, senegalés afincado en Mataró, pero casado con una mujer “purificada” que vive en Senegal y la reacción de Abdoulieu, marido de Aminata ante los acontecimientos.
  Bellísima historia, asentada sobre una sólida arquitectura invisible. Un conmovedor retrato humano del difícil encaje de culturas, un profundo ejercicio empático, un respetuoso acercamiento a los corazones de estas gentes venidas para quedarse y con las que apenas nos relacionamos, porque nosotros, como ellos, tememos todo aquello que desconocemos. Eso mismo le ocurre a Lola, la “moderna y emancipada” pediatra de la novela, hasta que la vida le plantea un nuevo conflicto, uno que no esperaba y al que debe enfrentarse.  Maite Carranza se ha esforzado, sin aparentarlo, en derrumbar estos muros, entrar en las costumbres, los rituales, las creencias y conflictos de los mandinga y otras étnias senegambianas, sin olvidar las contradicciones y dificultades que nuestro propio mundo nos plantea.
¿Qué tiene de negativo? En cuanto a Maite Carranza, nada, nos regala un libro exquisito,  narrando una historia de apariencia sencilla, profundamente documentado, que destila un intenso humanismo y una mirada crítica y equilibrada. El problema está al otro lado, en la dificultad de vender un libro en el que la ablación es la temática central. Misteriosamente, una novela que debería haber sido publicado en multitud de idiomas, apenas ha logrado salir de nuestras fronteras. Algo falla cuando a una historia como “El fruto del baobad”, se le cierran las puertas y corre el riesgo de ser, muy pronto, descatalogada. 

                                                                                  
                                                                                                                  Cristina Tironi Maté






viernes, 8 de mayo de 2015

UN NUEVO FRACASO DE LA HUMANIDAD

¿Es la “Declaración Universal de Derechos Humanos” una utopía?

Y regresaron sus sombras, vacías de alma, temblaron al oler la libertad y se atrevieron a soñar con la vida, pero cómo se sale del infierno sin sentir en carne viva que ya nada será igual. No, nada será igual, las sombras tienen ojos, reflejos vacíos con pupilas impresas con la pérdida infinita, inocencia machacada, corazones rotos. Respiran, movimiento mecánico de sus pulmones. Ven, perdido el brillo de la luminosa infancia. Caminan, sus piernas se mueven, primero una, luego la otra. Sufren, sufren desde cada poro de su piel, desde cada hebra de cabello, desde cada célula de sus maltrechos cuerpos, sufren como no podemos siquiera imaginar, desde las entrañas, con un dolor que lo llena todo, porque han sido liberadas de sus captores, pero no pueden escapar de si mismas. ¿Cómo cerrar los párpados y no ver cuando el horror está dentro? Eran niñas con toda una vida por delante, niñas de piel oscura, niñas de rasgos africanos, niñas, negras y pobres, círculo perfecto que condena al nacer. Pero eran niñas fuertes, tanto que acudían a la escuela, que valoraban lo que en nuestro “primer mundo”, muchos niños ya no saben valorar. Eran niñas con el derecho de escoger su camino, con la cabeza alta, el paso resuelto, la risa en los labios, mentes ávidas por saber. Se acabó la risa, las desenfadadas conversaciones con las amigas, los sueños de futuro, la inocencia, el aire fresco, la calidez del sol, la mirada dulce, la grata caricia, el estudio, los lápices, los dibujos alegres… Sí que eran niñas, lo eran antes de que se les arrebatara la libertad, la dignidad, antes de ser profundamente heridas, humilladas, tratadas como si fuesen lo más despreciable, usadas hasta la extenuación, masacradas, aniquiladas.
Sus sombras surgieron del mar del olvido, miradas perdidas, pozos oscuros, amargos, tristes. Miradas que condenan sin fuerzas siquiera para hacerlo. Condenan nuestro olvido y nosotros nos estremecemos ante la noticia de su rescate, nos encogemos ante la evidencia de que son seres humanos rotos en mil pedazos, sentimos la culpa desde el “primer mundo”, el que les ha dado la espalda por no pertenecer a él. Con ese amargo sabor, pasamos a la siguiente noticia. Quizás sus miradas clavadas en nuestras retinas, permanezcan revoloteando en nuestra conciencia durante horas, tal vez algunos días, luego, la agitación de nuestro tiempo, la superposición de nuevos titulares, la locura de nuestras agendas, irá lentamente dejando atrás la realidad de estas niñas mártires. Lentamente desaparecerán las ayudas, los psicólogos que las han atendido acudirán al lado de nuevos mártires de nuestros tiempos y ellas quedarán infinitamente solas el resto de sus días. Únicamente las más fuertes lograran una cierta apariencia de normalidad, levantarán el mentón para dejar de avergonzarse por las culpas ajenas y volverán a mirarnos desde su sabiduría de viejas precoces, para recordarnos que una vez más, la humanidad ha fracasado.

Cristina Tironi Maté

jueves, 7 de mayo de 2015

RETAZOS AJENOS (1)

MAITE CARRANZA

EL FRUTO DEL BAOBAB

RAMA - Retrato de una madre

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Es la hora sombría de una noche de luna nueva.
Rama se detiene en la puerta de la cabaña y permanece inmóvil. Quiere retener la imagen de los tres cuerpos entrelazados sobre la paja, instintivamente unidos en la adversidad.
La memoria almacena los pequeños detalles, una pierna doblada, un rizo rebelde, un pulgar en la boca, una sonrisa fugaz. Quisiera tener todo el tiempo del mundo para fijar la fotografía de las niñas dormidas, pero el tiempo le ha sido robado, como tantas otras cosas.
Se acerca en silencio, sostenidendo el fruto del baobab, y lo deja en el suelo para que sea lo primero que vean sus hijas al abrir los ojos. El corazón se acelera ante la certeza de que ésta será la última vez y teme que sus latidos terminen por despertarlas.
No se atreve a inclinarse y susurrarles al oído unas palabras de despedida: dulces para las gemelas, alentadoras para Aminata, la mayor, la que dicen que más se le parece.
Poco a poco olvidarán su voz, su rostro y su nombre.
Se entristece al reparar en que no estará para bailar en su purificación, para pintarles los pies de henna el día de su boda ni para sujetarles la mano en sus partos. No estará nunca más.
La sombra retrocede con pasos ligeros y se zambulle en el murmullo nocturno de la selva.
El fruto del baobad, una golosina codiciada, queda en el suelo para endulzar el vacío de una ausencia que jamás podrá ser restituida.


PRIMERA PARTE
ÁNGELES MUTILADOS

          A su regreso, era sobrecogedor descubrir la pasividad que se había adueñado de Tassi. Ya no era la chica alegre y viva. Sus movimientos, antes siempre elegantes y gráciles como correspondía a su personalidad, ahora eran simplemente elegantes. Lentos. Estudiados. Como su sonrisa. Nunca te la ofrecía sin evaluarte previamente. Cualquiera que osara mirarla a los ojos adivinaría que había recibido una cuchillada mortal en el alma.

          ALICE WALKER, En posesión del secreto de la alegría. 

martes, 5 de mayo de 2015

GRANDES REFERENTES (1)

JOSÉ LUIS SAMPEDRO

SALA DE ESPERA

Libro póstumo.

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Haciendo referencia a su infancia en Tanger:

Tantas maneras de vivir, tan naturalmente coexistentes me hacían sentirme como en un bosque encantado, donde cada cual se aparecía con sus verdades y hábitos respectivos, enseñándome a respetarlos y a comprenderlos hasta donde mis pocos años lo permitían.
(...)
La misma convivencia amistosa caracterizaba el mundo infantil y nuestros juegos en la calle y en el colegio. Eran juegos humanos, por supuesto, sin el menor atisbo de las máquinas, ingenios y consolas que ahora enganchan a los chicos, reemplazando el aprendizaje de las relaciones personales por la técnica en el manejo de las máquinas. Éste es un gran tema y de hondas consecuencias: la diferencia entre aquella infancia y la actual, pero es para otra ocasión. Además, en mi caso, la diversión preferida fue la lectura, ya desde mis tres o cuatro años. Leía vorazmente, en cualquier momento, lo que encontraba y en mi casa favorecían esa afición. Mi padre elegía libros para mí; cuentos en su mayoría, pero también relatos históricos, divulgaciones científicas y hasta alguno formativo - en el más convencional sentido de la palabra -, como uno que no he olvidado: el titulado "Hace falta un muchacho", de Arturo Cuyás Armengol.

lunes, 4 de mayo de 2015

MARTES, 10 h.


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         Nerea le había hablado con una vocecilla apagada, lejos de su habitual timbre cantarín. Pareció dudar antes de mover un dedo, luego adivinó que había tomado la agenda y oyó el suave murmullo del arco que dibujan las hojas en el aire. Al fin debió encontrar la página del martes.
          -  Sí... Casi susurró, como si le costara hablar y respirar a un tiempo - ¿Puedes... podrías a las
             diez?
          -  ¿Te encuentras bien?
          Pareció pasar una eternidad, pero al fin se oyó la lenta expulsión del aire.
          - Sí, sólo cansada. No he podido dormir esta noche.
        Decidió tomar la respuesta por buena, al fin y al cabo, no debía meterse en asuntos ajenos y   Nerea parecía tener prisa por cortar la comunicación.


         El martes, a las diez menos cinco minutos, fiel a su puntualidad, entró por la puerta del salón de estética. La campanilla sonó alegremente en medio del denso silencio. Le sorprendió la ausencia de música, algo habitual en el centro, pero antes de que pudiera abrir la boca, una Nerea de suave andar, mirada cristalizada y sonrisa ausente, apareció por el fondo de la sala. Trató de responder a su extraño saludo, pero algo la incomodó. ¿Qué era aquel extraño olor y que le sucedía a Nerea? No logró articular palabra, prisionera de un repentino ataque de timidez. La misteriosa joven le indicó con un suave movimiento que entrara en la sala destinada a las depilaciones y ella, simplemente obedeció, a pesar del contradictorio mensaje que su cerebro trataba de dar a sus miembros inferiores. Deseó pedirle un vaso de agua para aclarar su boca, pero el desagradable olor se le había pegado a la nariz, revolviendo su estómago. En lugar de eso, empezó a desnudarse, primero la falda, luego las medias, el tanga y prosiguió sin saber muy bien porqué, quitándose el jersey y el sujetador. Luego, despojada de su propia voluntad, se estiró en la camilla y cerró los ojos, presa del soporífero estado en que se encontraba.
        Nerea se movía con suavidad. Notó su cercanía y el pastoso calor que se extendía por las piernas, la cadera, el pubis, el vientre... Intentó hablar, decirle que únicamente deseaba que le depilara las piernas, pero su incapacidad para reaccionar no sólo persistió, sino que se fortaleció, como si su condición se hubiera reducido a la de las figuras de cera. Recordó entonces una película sin nombre, en la que, moldes humanos quedaban para la eternidad encerrados en su propia reproducción. El terror aceleró su ritmo cardíaco, sintió vértigo, deseó salir corriendo, pero sus miembros siguieron inmóviles, absolutamente entumecidos por una fuerza misteriosa.
         La masa espesa y cálida cubrió la cintura, el pecho, el cuello... Abrió entonces la boca para tratar de articular un simple NO, pero la cera entró mezclándose con la saliva, entrando en la garganta, abrasante, trató de respirar, pero el aire no llegó a sus pulmones. La poderosa fuerza del pánico y el dolor le hizo abrir los ojos para tratar de ver a aquella Nerea que apestaba cada vez más. Se encontró con un extraño ser sin ojos, las cuencas vacías, la boca sellada, piel acartonada, cabellos quemados, quebradizos. Un siseo salió de sus labios y justo un segundo antes de que una lengua viscosa se pegara a sus ojos, vio la silueta de la autentica Nerea, encerada y sin vida, adherida al suelo...
          Muñecas de cera hasta el fin de los días.


                                                                                                     Cristina Tironi Maté

domingo, 26 de abril de 2015

LUQUITA

EL ANUNCIO
Cuento nº 5
http://www.bubok.es/libros/211187/El-Anuncio
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        Luquita tuvo siempre una extraña relación con sus pies. Ya en la cuna, le parecieron dos feos apéndices al final de sus gorditas piernas.  Luchaba  contra la particular ley del equilibrio de los bebés hasta que lograba sujetarlos con sus manitas y llevarse una de aquellas bolitas con uñas a su boca. Eran mejor que el chupete, no tenían aquel gusto tan desagradable y además eran blanditos y suaves. A causa de su breve experiencia y sus cortas entendederas, característica que se prolongó a lo largo de toda su vida, olvidaba una y otra vez que formaban parte de su cuerpo, que como el resto tenían terminaciones nerviosas y si los mordía, sus llantos despertarían al señor Lucas, su padre, uno de esos hombres eternamente agotados, enfadados y desaliñados. La señora Luca, madre de nuestra protagonista, mujer de escasas letras y antiguas costumbres, vivía pegada a la radio, sus zapatillas y sus rulos y sólo cambiaba de estilo para ir a la misa dominical, momentos de descanso para los que tenía reservado su mejor vestido, de lana en invierno, de seda en verano. El resto de la vida la pasaba entre los trajines de la casa, la compra y doblando y ensobrando papeles, un “trabajillo”, según decía su marido, que le había buscado  para ayudar en la economía doméstica. 

         Luquita, apenas salía a pasear, porque sus pies aun no la sujetaban, sus entendederas no se lo permitían y sus padres no la llevaban. A falta de pájaros, hojas de árboles y sol, se concentraba profundamente en el control de sus misteriosos apéndices. Asía un pulgar del pie, lo miraba con sus ojillos bizcos, reía al imaginarlo en su boca y luchaba contra su redondito cuerpo que se negaba a doblegarse como ella quería. Su madre la miraba de reojo, pero seguía ensobrando, con la sonrisa pintada y la mente lejana. Tras el mordisco venían los llantos y después los gritos del señor Lucas, que aparecía por el pasillo en calzones y rascándose la calva, jurando y maldiciendo. A Luquita se le cortaba la risa, pero se sujetaba con fuerza a los pies que con tanto esfuerzo había alcanzado y quedaba así, como petrificada, hasta que él desaparecía de nuevo de su campo visual.
       A su padre se lo tragaron las calles el día en que la niña olvidó que le había salido un diente y el dedo meñique empezó a sangrar. Los berridos del querubín se oyeron desde la plaza, donde el señor cura rió por debajo de la nariz. Su madre saltó, perdiendo las zapatillas, todos los papeles se esparcieron por el suelo y ante la blanca lluvia, la niña aplaudió entre risas. Su padre salió rugiendo, pasó de largo por el comedor y abriendo la puerta de golpe, desapareció, en calzones y zapatillas. Esa era la última imagen que Luquita guardaba de su padre. 
        La señora Luca, que había vuelto a enmudecer, curó la pequeña herida, recogió los papeles y sobres del suelo y volvió a sentarse entre sollozos. La remesa de aquel día le llegó rechazada por problemas de humedad, así es que la mujer pasó toda una tarde planchando  sobres mientras Luquita descubría que los dedos de sus pies se separaban y juntaban y entre ellos podía sujetar cosas… incluso podía coger fuertemente el cable de la plancha y tirar de él. Fue un golpe seco y no se sabe si Luquita se puso o no bizca en aquella ocasión, pero a partir de aquel día, el pie derecho de la niña lució una brillante y sonrojada mancha, consecuencias de sus particulares investigaciones. 
      Cuando empezó a ir al colegio, la obsesión por sus pies se extendió a los ajenos. Se escondía bajo las mesas y los observaba en silencio, los de sus compañeros de pupitre se parecían a los suyos, pero eran más alargaditos y no tenían manchas rojas. Los de la señorita, eran de uñas cambiantes, un día rojas, otro blancas, algún día rosas y un día en el que el vestido era verde, la señorita se calzó con unas preciosas sandalias verde lechuga y pintó sus uñas del mismo color. Para Luquita aquello fue una revelación y decidió que cuando fuera mayor, nunca llevaría calzones como su padre, pero sobre todo, no vestiría a sus pies con horrorosas zapatillas de cuadros o flores. 
        Lo que la pequeña no sabía era que no tardaría en perder de vista el único  calzado fino de su madre y con él, el resto. La señora Luca se enamoró sin remedio del nuevo sacerdote de la parroquia y él, entre sedas y lanas, encontró el camino a la felicidad que no había hallado embutido en la oscura sotana. Así Luquita, que ya por aquel entonces tenía diecisiete años, vació el armario de su madre y se prometió llenarlo únicamente de cosas bonitas. En ese punto, ya sea por la inercia de tantos años o por la conexión de ideas, miró con lástima sus pies. No nos engañemos, Luquita tenía los pies más horrorosos que nadie pueda imaginar. Ella los cuidaba tanto como podía, frotaba con piedra pómez las duricias, ponía crema y parches en los juanetes y  limaba y pintaba las uñas para tapar su fastidioso problema de hongos. De los pelillos de los dedos y el empeine se encargaba la cera caliente, una vez por semana, porque la moza había salido tan peludilla y contundente como su padre. Su madre, antes de desaparecer,  había tratado de mejorar los problemas de pies planos de su hija, pero a pesar de los ortopédicos zapatos que le había comprado por indicaciones del especialista, la cosa no mejoró. 
        La cuestión es que a partir de la desaparición de la señora Luca, nuestra pintoresca protagonista decidió tirar también aquel horroroso calzado que el pálido podólogo le había recomendado. Sonrió feliz ante la bolsa de basura repleta de zapatillas de cuadritos, flores, rulos, batas y particularmente, los zapatos ortopédicos y con los pinreles al aire, caminó hasta el contenedor, donde arrojó diecisiete años de vida poco estilosa. Palmeó sus manos, sonrió al sol y se prometió hacerse con una buena colección de bonitas sandalias de colores, botas, botines y zapatillas de raso con borla blanca. Sus pies, como si pudiesen ir más allá de pisar el suelo y soportar el peso del cuerpo al que les habían condenado a llevar, se encogieron un poco, se apretaron los dedos y las uñas parecieron querer clavarse en la tierra. Fue una señal a la que Luquita no prestó atención. Estaba absolutamente determinada, la imagen de su maestra de primero, caminando con gracia, elevada en sus verdes sandalias, no se había borrado de su mente. Quería ser como ella y a sus pies, sólo les quedaría aguantar.
      Como todas las cosas importantes, no fue nada fácil. En el pueblo, la única zapatería se había ido amoldando a los gustos o necesidades de sus habitantes, demasiado ocupados con las tareas del campo y la casa como para reparar en tendencias de moda. Luquita pensó en ir a pasar un día a la gran ciudad, pero disponía de poco dinero y si lo gastaba en su viaje, no tendría suficiente para su colección.
        - Empezaré con un par. – Se dijo.
       Y es que no le quedaba más remedio, su trabajo como limpiadora no le daba para mucho más que los gastos de la casa y la manutención. Tras mucho pensarlo, decidió hacer una visita a la biblioteca y buscar entre la prensa del día, las secciones de anuncios. Muchas tardes, sus ojos se pasearon por las pequeñas letras, se divertía particularmente con los de relax. Al principio se sonrojaba y pasaba rápido la página, miraba a su alrededor convencida de que mil ojos se habrían clavado en ella acusadores, pero el personal estaba concentrado en sus propias cosas, nadie la miraba. 
        Más relajada siguió leyendo:



                 *  Estoy a tu servicio, me gusta experimentar, soy toda tuya.
                    Te espero.

                 * Soy especial, me gusta jugar... hasta el final, sin manías.
                   ¿Quieres que nos filmen? ¿Tres, cuatro? ¿Chicos, chicas?
                   Lo que quieras. Todo para ti.

                 * Recién llegada al país, deseosa de conocer vuestras
                   costumbres. Alumna aplicada, siempre hago lo que 
                   me pide el maestro.



        Pero una tarde, sus ojos vieron algo especial:



                 * No me verás, no me oirás,
                    pero sentirás como nunca lo has hecho.
                    Experimenta con tu propio placer.



        Así fue como Luquita decidió cambiar de profesión. Si la limpieza no le daba para llevar la vida que siempre había deseado, tal vez el mundo del masaje erótico sería la solución. Parecía sencillo, sus pies estaban allí abajo, muy lejos de sus órganos más sensibles, el resto no tenía que hacer nada, sólo sus pies. Llevaba toda la vida experimentando con ellos, ¿por qué no ir más allá? Los vestiría para el placer, los perfumaría  y entrenaría, luego tan solo debería tener la prudencia de tapar los ojos de sus clientes o clientas. Ellos harían el resto. 
Luquita nunca dudaba cuando veía algo claro, así es que redactó y rompió decenas y decenas de anuncios, hasta que creyó haber conseguido exactamente lo que deseaba. Entonces llamó al teléfono de contacto de la sección de “El lector anuncia” y dictó:



                 * Nada igual, goza con los ojos vendados.



     Al final de la semana, Luquita había recibido tres llamadas telefónicas y pensó en lo bueno que sería agruparlas en una misma tarde, lejos de su casa y del pueblo. Sabía que su nueva ocupación no sería bien vista por sus vecinos, así es que decidió buscar un lugar para sus citas, nuevamente entre los anuncios por palabras.



                * Limpio y discreto, ático en el cielo pensado para el placer.
                  Habitaciones por horas.



        Y así fue como el viernes de aquella decisiva semana, Luquita acicaló tanto como pudo a sus pies. Un baño de espuma, un masaje, crema hidratante perfumada, esmalte de uñas rojo pasión…
        - No hay nada que os pueda hacer graciosos. – Susurró. - ¿Cómo podéis ser tan feos?
       A las tres de la tarde, cogió el autobús en la plaza. Viajó silenciosa y muy concentrada, con los pies algo agitados, moviéndose de un lado a otro dentro de sus horrorosos zapatos. Sabía muy bien lo que debía hacer antes  de ir al edificio en el que había alquilado una habitación. No iba a permitir que nada fallara en su primer día de trabajo, buscaría una zapatería para comprarse un calzado apropiado para la ocasión. Sus pies dieron un brinco inesperado y ella rió como un sifón, porque de su mente había surgido la imagen de su madre perdiendo las zapatillas, los blancos papeles volando y su padre en calzones cruzando el pasillo. No se dio cuenta de que, ante esa imagen del pasado,  sus ojos se extraviaron como cuando era niña, uno mirando hacia el norte, el otro hacia el sur.
     Sintió una cierta agitación ante el lujoso escaparate y se acercó dando brinquitos, frotando las manos, dejando escapar entrecortadas risitas que se cortaron en seco cuando el primer precio de uno de aquellos hermosísimos pares de zapatos, se cruzó con su mirada. Bajó la cabeza, secó su risa y arrastró los pies en busca de una segunda, tercera, cuarta zapatería… Cuando comprendió que su presupuesto no daba para lo que ella merecía, decidió conformarse con la pura apariencia, sólo por aquella vez. 



      A las ocho de la tarde, sus pies, dolorosamente apretados por las tiritas de plástico de un precioso color verde pistacho, se detuvieron frente a un oscuro portal. Extrajo un arrugado papel de su bolso de mano y confirmó con incredulidad las señas que le habían facilitado por teléfono. Eran correctas. Suspiró, trató de mover los dedos que luchaban por liberarse del nuevo calzado y entró en el oscuro interior. Palpó con manos urgentes y le dio a un botoncito. Una luz mortecina amortiguó la penumbra. Con el corazón desbocado por los nervios, empezó a ascender los irregulares peldaños y dada su poca experiencia  en esos menesteres, inició la cuenta de los mismos. Uno, dos, tres…, quince, dieciséis, diecisiete… Los escalones se sucedían sin descanso. Miró hacia abajo, la entrada había quedado nuevamente en la penumbra y apenas veía el inicio de la escalera. El dedo gordo del pie izquierdo le dolía cada vez más, lo miró con rabia y vio la llaga que se había formado por el roce con el plástico. 
        - Estúpido dedo, si fueras más fino no te apretaría nada.  – Dijo con voz seca.
       Y siguió elevándose a las alturas, peldaño tras peldaño, contando. Treinta… cincuenta… cien. Negó con un rápido movimiento de cabeza, secó el sudor de su frente, miró la esfera del reloj y sorprendida, arrugó el entrecejo. Las diez. No era posible. ¿Se había descontado? No podía ser que llevara dos horas subiendo escaleras. Volvió a mirar el reloj y lo acercó al oído. Tic-tac, tic-tac… La maquinaria palpitaba regularmente. Su corazón no, empezaba a faltarle el aliento, tenía calor, sudaba, los pies también, los notaba encharcados sobre la planta sintética y encima se habían llenado de llagas bajo las tiras de las sandalias compradas en un bazar.
      - Tenéis algo muy importante que hacer, vais a echarlo todo a perder… - Su voz seca se había tornado también despectiva.
       Se llevó la mano al corazón, esperó unos minutos, miró a sus espaldas, oscuridad, a sus lados una pared blanca, delante, escaleras. En ese instante pensó en algo extraño, no había pasado ningún descansillo, tampoco junto a puerta alguna, ninguna voz o ruido había llegado a sus oídos. Respiró cada vez más agitada. No podía detenerse, allí no, tenía que llegar a algún lugar. Quinientos… setecientos cincuenta… novecientos noventa y nueve… El pie derecho se apoyó mal, el tobillo se torció y el estilizado tacón de color plata se rompió. Fue lo peor que le podía haber pasado. Se encabritó su corazón, le temblaron las manos, las piernas, miró la destrozada sandalia y abatida se dejó caer con la respiración ruidosamente agitada.
       Luquita, que como ya hemos dicho, siempre fue “especial”,  no lloró cuando su padre desapareció y no lloró tampoco cuando su madre se fugó con el párroco, pero había soñado durante años con poseer unas sandalias verdes de alto tacón y no había previsto, ni en sus peores pesadillas, aquel terrible final. Fue superior a ella, sintió que todo se resquebrajaba a su alrededor, se vio tan abatida, tan incapaz de comprender nada de lo que estaba ocurriendo, que no pudo contener un llanto ruidoso y nada estiloso. Buscó en su bolso de mano y no hallando pañuelo alguno, alzó las faldas de su vestido de seda y lo llevó hasta rostro. Cuando las lágrimas de toda una vida de soledad  se hubieron agotado, fue la rabia lo que brotó desde su interior, desmedida y absurda, con la que miró hacia aquellos apéndices deformes. Desde su mirada de fuego y los labios desatados, les insultó y culpó de todas las penurias de su vida y mientras lo hacía, se desprendió de las sandalias para acariciarlas y besarlas, hasta que algo extraño llamó su atención. Un hormigueo, un insoportable hormigueo se sumaba ahora al dolor de las llagas, los tobillos y el cansancio. 
        Miró con detenimiento  hacia los pies… 
        Cerró los ojos, incrédula. ¿Se había dormido? 
        Debía despertar. 
       Parpadeó… Frotó los ojos  y volvió a mirar justo en el momento en que el hormigueo cesaba con un golpe seco y sus pies se desprendían y saltaban, diríase que alegres. Mientras trataba de despertar de aquella pesadilla, los pies dieron un giro, saltaron sobre ella y alcanzaron los peldaños superiores por los que siguieron ascendiendo ligeros y ágiles. Luquita gritó, les ordenó que regresaran, que los necesitaba, que no la podían dejar allí, que formaban parte de ella y ella de ellos. Pero cuando ya su vista apenas podía distinguirlos, los pies hicieron una pirueta, picaron las plantas entre ellos y desaparecieron al fin, quedando aun su eco unos segundos. 
     Después sólo la agitada respiración y el llanto de Luquita, que esta vez sí, había quedado totalmente abandonada a su destino.
           

                                                                                                CRISTINA TIRONI MATÉ


sábado, 25 de abril de 2015

GENIALIDAD HUMANA


           Cada lector tiene sus propios rituales, sus gustos, aficiones y un nivel intelectual que determina la selección de temas y autores. No importa, un libro en nuestras manos siempre es un gran tesoro, una ventana a un mundo desconocido, a veces previsible, en ocasiones sorprendente y cuando todos los elementos se combinan, el libro, ese objeto elaborado con papel, tinta y un trocito de autor, logra infiltrarse en nuestra piel, atravesando la línea invisible de la realidad física para entrar en la esfera de los sentimientos, las sensaciones, la esencia mágica de lo verdaderamente importante. Las palabras hechas poesía, mensaje y conocimiento, nos tocan de una forma especial y se asientan en la parte más abstracta del ser humano, ¿alma, corazón, entrañas, ser? No importa el nombre que queramos darle, es el lugar exacto en el que se depositan las vivencias realmente importantes, las que nos van modelando como somos, lentamente, de una forma imperceptible a veces, en un giro brutal cuando la vivencia lo es.
En estos tiempos de porvenir incierto, (¿hubo algún tiempo en el que el futuro no lo fuese?), en el que los destinos de las gentes parecen estar guiados por hilos invisibles, el poder marca una línea gris por la que los pueblos deben caminar. Todo parece conjugado para igualar cuerpos, uniformes y mentes. Las desigualdades crecen, el machismo persiste y se fortalece, sibilinamente conducido por mensajes constantes de programaciones televisivas aberrantes. El racismo, nunca aniquilado, se muestra en forma de inocente plátano y se contesta con su ingesta, curiosa campaña para serenar nuestra culpa, mientras miramos hacia otro lado para no tener que pensar en la sangre de inocentes, derramada sin respuesta, si tras su sangre no existe contrapartida. Son tiempos de cambios, dicen; quizás salga algo bueno de todo esto, pero de momento, nuestra escala de valores está del revés. Qué se puede esperar de una sociedad  en la que la cultura se arrincona, la diferencia se criminaliza y la sabiduría, el trabajo, la constancia, se minusvaloran hasta reducirlos a la mínima representación. Hay sin  duda ciudadanos, que fieles a sus principios viven su ideal, sea el que sea,  el estudio, la investigación, la creación o la entrega al prójimo, con generosidad, sensibilidad y empatía. Son seres anónimos, porque  los medios parecen haberse puesto de acuerdo para esconderlos tras los deslumbrantes modelos de “fulgurante éxito-fama-dinero”:  futbolistas, pilotos de fórmula 1, actores coronados con la aureola que les confiere el cine o la televisión, los seudo-periodistas del amarillismo… han subido al pódium de los vencedores, porque la “fama” les ha envuelto con su fulgurante irrealidad de purpurinas, papel “couché” y cámaras de agresivos zooms. Modelos de paja coronados como dioses. La inteligencia y el  conocimiento son peligrosos para “el Poder”, mejor adormecer a la masa, todos uniformados, alineados frente a lo que se llamó “la caja tonta”, que ya no es única. Las nuevas tecnologías nos han traído, ¿la libertad? Bien podía haber sido ese el regalo del mundo paralelo llamado “internet”. Quisimos creerlo, la democracia de la cultura, la información en manos del pueblo… “Quién tiene la información tiene el poder.” Lo sabemos, pero no lo practicamos, nos conformamos con titulares, con imágenes rápidas con las que presumimos de estar informados. Podríamos estarlo, si supiéramos seleccionar, si tuviésemos el conocimiento o las ganas  para hacerlo, pero, previamente modelados y manipulados, nos acomodamos, dejándonos llevar, porque  rebelarse, decidir por nosotros mismos, equivocarse, buscar, indagar, crear, pensar y volver a errar, requiere un gran esfuerzo, un esfuerzo titánico que parece que no estamos dispuestos a realizar. Esa es sin duda la gran diferencia, ahí radica la clave del abismo que nos separa con los grandes Genios de la humanidad. Entre ellos y nosotros, hay un amplio espacio más terrenal que bien podríamos habitar, con un poco de decisión y valentía.
La gran suerte de los lectores, es que de vez en cuando, un tesoro se cruza en nuestro camino y nos regala el bagaje de una vida ajena, en la que nuestro reflejo se empobrece si entramos en la dura comparación, pero puede también enriquecerse, si decidimos absorber al máximo la experiencia vivida por esos seres humanos sorprendentes, que se dejan la piel para demostrar que otra forma de vida es posible, que las utopías no lo son si por ellas se lucha hasta la extenuación, que es, no solo viable, también necesario, salirse de la línea gris, para vivir siendo fieles a nosotros mismos.
Esta primavera, la biografía de un ser excepcional ha venido a depositarse entre mis manos y he tenido el inmenso placer de pasear durante horas junto a nuestro gran Genio, Pau Casals, ese hombre bueno, de voluntad inquebrantable, generosidad sin mácula, sensibilidad profunda, real, sin sentimentalismos, que vivió y ofreció generosamente el don con el que nació, un gran sentido musical al que se entregó con largas horas de estudio y dedicación. El mundo entero se plegó al fin a su nueva manera de interpretar y dirigir la música, sin teatralidades, sin histrionismos, viviendo y entregando la música desde lo más profundo de su ser. El violonchelo acompaña su memoria, pero fue mucho más allá, porque para los grandes genios no hay imposibles cuando se proponen nuevos retos. Nuestro Genio amaba Cataluña, era un amor profundo, real y a sus cuarenta años, en la cúspide del éxito, no se acomoda, emprende una nueva lucha, siente que debe regalar a su tierra, su gran don y para ello pone todo su empeño. Sordo a  las voces contrapuestas, sigue adelante con su proyecto, superando el escollo de que el Patronato que crea para recaudar fondos no da muchos frutos, a pesar, incluso, de un quiebro en su salud que lo deja casi inmovilizado durante dieciocho meses. Nada hace flaquear su voluntad, mientras supera la enfermedad con su propia fuerza y el empuje de una madre también excepcional, paga con su propio dinero los sueldos de los músicos y crea para Barcelona la “Orquesta Pau Casals” ¿Suficiente? No, su tierra tiene otro gran tesoro por aquellos tiempos, un público especial, que sabe valorar la buena música, que vibra, siente y hace sentir a los grandes concertistas y solistas que existe una comunicación real. Esa es una gran riqueza para un pueblo, él lo sabe, lo aprecia y quiere potenciarlo. Su nueva meta es mucho más elevada, sorprendente e innovadora, pero una vez más, su decisión es firme y funda la “Asociación Obrera de Conciertos”. Nadie cree en sus posibilidades, ni siquiera los propios obreros. La democratización de la cultura, los socios tan solo deben pagar una cuota de seis pesetas al año, a cambio de doce conciertos del más alto nivel. Será el público más humilde, respetuoso y agradecido durante diez años. Tan sólo la guerra, nuestra guerra y sus terribles consecuencias, podrá poner fin a su gran logro. Nuestro gran Genio no entró en política, pero sí en una dolorosa lucha por la “humanidad”, fue la voz de los derrotados, les dio su tiempo, su dinero y el que le fue donado para tal fin. Profundamente coherente con sus principios, cada uno de sus movimientos irán siempre en la misma dirección, aun con todos los elementos en contra, a pesar de las dificultades, a pesar de su soledad, que durante mucho tiempo fue dolorosa. Tal vez ese sea al sino de los grandes Genios de la humanidad, la lucha solitaria  a la que el resto de los mortales nos rendimos. No tuvo una vida regalada, no se aprovechó de sus éxitos para acomodarse, no dejó que las fuerzas flaquearan y  fue fiel al don que le fue regalado al nacer.
Para quien desee acercarse a él, me permito recomendar la biografía de Joan Alavedra, amigo y compañero en el exilio. (Ed.Aedos – Bcn)
            No quiero concluir mi artículo sin rendir un humilde homenaje a dos magníficas figuras de las letras.
José Luís Sampedro, escritor, humanista y economista de convicciones profundamente éticas. Como bien dijo, “el hombre no sólo tiene derecho a vivir, tiene también la obligación de hacerlo”.
Ana María Matute, que con su delicada y prodigiosa imaginación, ha extendido las alas y nos ha dejado huérfanos de hadas y duendes. Siempre nos quedará el refugio de su magnífica obra, única, poética, dura, sensible y personalísima, como ella misma. ¿Quién retratará ahora la frágil alma infantil?  La infancia no es una etapa de la vida: es un mundo completo, autónomo, poético y también cruel, pero sin babosidades”
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William Shakespeare (1564-1616)
Ø  "Antes que nada ser verídico para contigo mismo. Y así, tan cierto como que la noche sigue al día, hallarás que no puedes mentir a nadie." (Hamlet)

Pau Casals (1876-1974)
Ø   “En primer lugar soy un hombre, después un artista. Como hombre, mi primera obligación es luchar por el bienestar de la humanidad. Intentaré cumplir esta obligación mediante la música –este don que Dios me ha otorgado–, porque ultrapasa toda frontera lingüística, política y nacional. Mi contribución a la paz del mundo puede ser exigua, pero habré dado todo lo que puedo para conseguir un ideal que considero sagrado”.
Miguel Delibes (1920-2010)
Ø  “Un pueblo sin literatura es un pueblo mudo.”

José Luis Sampedro (1917-2013)
Ø  “La muerte me lleva de la mano, pero se está portando bien porque me está dejando pensar.”

Ana Maria Matute (1926)
Ø  “Se están cometiendo muchos errores con los niños, se les está quitando la capacidad de imaginar, se les está quitando la isla desde muy niños, lanzándoles al mar. Cada vez dura menos la infancia, pero tampoco se logra a cambio una madurez. Son niños expulsados muchos de ellos, lo que yo llamo adolescentes con cara de náufragos. Hay mucho niño náufrago, adolescentes que a lo mejor ya tienen 40 años, pero no han sabido madurar. Se está educando muy mal.


Ø  Ahora lo que pienso es que los mayores quieren convertir el mundo en una farsa, y lo consiguen bastante. En este mundo siempre hay uno que avasalla a otro.
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Artículo publicado en El Llibre de la Festa Major de Gelida. Verano del 2014  
AUTORA: CRISTINA TIRONI MATÉ